Miré a esa niña, detrás
de ella estaba yo. Estaba llena de soledad, año tras año. Un día
el sol brillaba, brillaba mucho. Su corazón se sobresalía de su
pecho porque una luna se presentó como una nueva madre y sus ojos
negros de azabache brillaban como los diamantes. Vivía en un nido,
acompañada de la soledad y esperanza, esperaba, con solo pocos
añitos. Pero al fin llegó esa luna que le propuso llevarla a la
felicidad y ambas extendieron los brazos para abrazarse y ahí
comenzó una segunda vida.
Lejos voló aquella niña
con su luna. Llegó a España: eso fue su nuevo nido. Pasaron años y
esa niña empezaba a crecer y a recapacitar y sentirse lejos de su
nido que abandonó. Ahí esperaba a su águila, pero esa preciosa
águila nunca pensaba volver a por la niña. Empezó a ser grande,
cada vez más grande; esos ojos de azabache a esa luna la fascinaban.
Fue todo: los días, las
noches, las guerras que daba esa niña..., fue todo..., fue amor
puro...
Y
van pasando los años y la niña de mamá vive como una princesa.
Pero empezó a rebelarse cada vez más y llegó un día que se le
castigó a un nido solo de cuatro paredes y lo único con que entraba
algo de felicidad era aquel sol de verano. Su habitación se
transformaba en mar de tanto que lloró, y en ese mar la niña se
ahogaba. Días pasó y la luna entró por esa puerta llena de llaves,
y aquella niña , llena de melancolía, suplicó una ayuda; y aquella
madre, toda preocupada, extendió los brazos. Aquello se volvió todo
borroso...Esa niñita, princesa para su madre, supo valorar, en su
tiempo de soledad, que sin su luna no podría ser feliz.
Se
olvidó completamente del águila.
Esa
niña, sin su luna que dejó de arroparle cada noche, pudo crecer como
persona, gracias a la oscuridad, pero pronto llegará ese vínculo
familiar. Seguirá por el mismo camino, sin ninguna curva, pronto
verá brillo en su vida.
Aquella
niña junto a su luna...